Además de la pesca, se dedicaban
a la caza y a la recolección de productos marinos. Eran hábiles buzos, capaces
de sumergirse a varios metros de profundidad.
Vivían en tiendas hechas de
cueros de lobos marinos, pegadas a las laderas de los cerros del sector
costero.
Convertían en momias a sus
muertos. Se cree que estas momias no se enterraban, sino que se ponían de pie
cerca de sus casas para marcar el territorio que correspondía a cada familia.
Su principal característica fue
su particular visión sobre la muerte, destacando los ritos que realizaban con
sus difuntos como la momificación.
Este procedimiento consistía en la
extracción de los músculos y órganos del difunto, los que eran cambiados por
vegetales, plumas, lana, cuero, entre otros materiales. Luego, el cuerpo era
cubierto con una capa de arcilla y después, con pelo humano, se fabricaba una
especie de peluca que se ponía sobre la cabeza.
El arte de esta cultura se basó,
casi exclusivamente, en la confección del delicado ajuar de las momias, el que
contaba con turbantes de cuerdas de fibra vegetal o animal y textiles muy
elaborados. Algunas veces le colocaban cuchillos y otros instrumentos.
Hacia el 2000 a. C., los chinchorros
se entrelazaron con los grupos Quiani, quienes más tarde serían los herederos
de esta cultura.
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